Nuestro Cardenal y la crisis actual
A mediados del pasado mes de julio se celebraba en los cursos de verano de la Universidad Rey Juan Carlos un seminario dirigido por el cardenal Antonio Cañizares sobre los católicos ante los retos y los desafíos de la España de hoy. En la lección inaugural el cardenal Rouco afirmó que la crisis, extraordinariamente compleja y sumamente dolorosa, urge a los cristianos a recuperar la frescura de la fe, para que se haga vida personal y social. Lo que la sociedad necesita de los católicos es el testimonio creíble y razonado de la presencia de Dios, que satisface el deseo del corazón del hombre y cambia la sociedad a través de la vidas de los creyentes. Este es un apunte del método primero de la Nueva Evangelización.
Días después, el domingo 22 de julio, presidía una Eucaristía en la Catedral de la Almudena con motivo de la próxima festividad de Santiago Apóstol, Patrono de España, en la que recordaba que “la fe es esperanza para salir de las situaciones difíciles”.
El 22 de agosto, en declaraciones a la cadena COPE, como participante especial en el XXXIII Mitin de Rimini, se refirió a la crisis económica actual para afirmar que “se la ve de otro modo cuando sabe uno que la puede vencer, pero solo yendo al fondo de uno mismo, descubriendo que cuando uno ama, quiere, espera y cree, rompe muchas limitaciones y abre muchos caminos en la vida económica y social”.
En otra entrevista, el 3 del pasado mes de septiembre, también en la cadena COPE, afirmaba que en la actualidad, «si hay pesimismo, si hay crisis de esperanza es porque en el fondo es una crisis de fe, es una crisis de Dios». Así, rememorando la encíclica Cáritas in Veritate publicada en 2009 por el Papa Benedicto XVI, el arzobispo de Madrid ha señalado que, además de crisis económica, esta es una «crisis de alma y de corazón, que da un tono de especial tristeza a las reacciones de buena parte de la sociedad europea».
En la clausura de una semana de conciertos del coro y la orquesta de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), fundados el año pasado en la capital de España, que se celebraba en León (9 de septiembre), iniciaba su homilía afirmando que «los problemas del hombre no se solucionan con fórmulas económicas».
Más recientemente (19 de septiembre), en el acto de clausura del proceso diocesano de la Causa de Beatificación y Canonización de la Madre Ana María Alberdi Echezarreta, celebrado en la Capilla del Monasterio de las Madres Concepcionistas Franciscanas, en el madrileño barrio de La Latina, afirmaba que para salir de la crisis debemos “renovar el corazón y el alma de los católicos, de los cristianos y de los que lo son solo de nombre o de acta de bautismo o de los que no son, que son muchos. Dios quiera que este esfuerzo, este camino de la beatificación y de la canonización, nos sirva para superar crisis, sobre todo las crisis del alma, que permiten después superar las crisis del cuerpo”.
En la peregrinación de la Archidiócesis de Madrid al santuario de la Virgen de Fátima (29 de septiembre), para poner a los pies de la Virgen la “Misión Madrid, decía nuestro Cardenal: “¿Tiene razón de ser una misión en Madrid en el año 2012 (para ser más precisos, del año 2012 al 2014)? Pues sí. Porque, o los hijos de la Iglesia viven a fondo su condición de misioneros, o fallan en algo esencial. Pero hay además momentos en que es especialmente urgente mostrar esa dimensión dinámica del ser cristiano, y hoy es un momento urgente para hacerlo: es un momento urgente porque hablamos de crisis, de crisis global, de crisis europea, Y constatamos que no se puede seguir así. Constatamos también una honda crisis, una crisis moral, de vida cristiana, una crisis de fe, de fe en Dios y de fe en Cristo, una crisis del alma profundamente asentada en la raíz misma de la sociedad y de la situación actual de España y de Madrid. Benedicto XVI, en su discurso a la Curia, la pasada Navidad, advertía de que la crisis de Europa es una crisis de fe. Todos los demás aspectos de la crisis, en el fondo, tienen su raíz en una crisis de fe, también en Madrid. Por tanto, responder a esta crisis pide la misión, una toma de conciencia clara, profunda, generosa y entusiasta de la misión. Y lo que ofrece la misión, el cristiano, la Iglesia, la gran comunidad de los cristianos, es, primero ella misma, seguir a la verdad, y ser testigo de ella. La crisis de fe es una crisis de verdad”.