El Papa ha solicitado la construcción de «una comunidad mundial, con la correspondiente autoridad, precisamente a partir del amor por el bien común de la familia humana»; lo ha hecho en su discurso a la Plenaria del Consejo Pontificio Justicia y Paz, ante cuyos miembros ha aclarado que «la Iglesia ciertamente no tiene la misión de sugerir, desde el punto de vista político y jurídico, la configuración concreta de tal ordenamiento internacional, sino que ofrece a los que tienen esta responsabilidad aquellos principios de reflexión, criterios de juicio y orientaciones prácticas en torno al bien común». Por tanto, no se trataría de «un superpoder concentrado en manos de unos pocos, que domina sobre todos los pueblos explotando a los más débiles, sino que toda autoridad debe entenderse, en primer lugar, como fuerza moral, como una autoridad participada, limitada por competencias y por el Derecho».
Las palabras del Papa surgen ante las amenazas que identifica hoy en torno al mundo del trabajo: considerar al ser humano como mero «capital humano», o sólo «en clave predominantemente biológica», o como «parte de un engranaje productivo y financiero». El Papa ha denunciado que «las nuevas ideologías –como la hedonista y egoísta de los derechos sexuales y reproductivos, o la de un capitalismo financiero sin límites– consideran el empleado y su trabajo como bienes menores, y socavan los fundamentos naturales de la sociedad, especialmente la familia». Ante esta situación, «sólo una nueva evangelización de lo social ayudará a destronar a los ídolos modernos: el individualismo, el consumismo materialista y la tecnocracia».